Hace ya seis horas que salimos de Caracas, parecía que no llegaríamos nunca, pero después de una carretera accidentada y de tierra conseguimos la intersección que mostraba el mapa; y al cruzar a la derecha no tardamos en encontrar un portón de hierro, medio desvencijado en el que se podía leer "Fundo Marisela". Gregory me mira y dice, parece que de aquí salió tu nombre, Marisela. Aún impresionada por el descubrimiento, bajé de la camioneta, tomé la llave que me dió mi hermano y pensando que no abriría le dí vuelta; con el chirriar de la reja parecía que otro mundo se desplegaba ante nuestros ojos.
Tras cruzar el portón se nos abría la inmensidad de los llanos Guariqueños, con todos sus verdes. Bajamos los vidrios para dejar entrar el aire, y de pronto una fragancia deliciosa nos llenaba el alma, los pulmones. Le dije a Gregory, esto que hueles es mastranto. Y vimos la sabana llena de esta maleza que desprendía su olor con la leve brisa de la tarde. Como a dos kilómetros veo una casa grande, la reconocí por las fotos, era el antiguo hogar de la infancia de mi padre... estaba descuidada, por los años de ausencia, pero aún así me sentía como en una máquina del tiempo.
Al acercarnos vemos que sale un hombre, joven y nos saluda con la mano. Yo me asombro, pero Gregory tranquilo me dice: No te asustes, cuando decidiste venir a El Rastro, llamé a tu padrino y le pedí que consiguiera a alguien que nos limpiara un poco esta casa. Conociendo el personaje, no creo que quisieras venir al llano a hacer limpieza. Sonreí y le agradecí el detalle, en el lío de los papeles y una sucesión con casi 20 años pendiente en los tribunales, no había tenido tiempo de hacer nada práctico para este viaje.
Detenemos la camioneta, nos bajamos y dejo a Gregory que se entienda con el joven contratado por mi padrino. De pronto, la inmensidad de la sabana poco a poco se apodera de mí. Recuerdo que nos presentamos, y José nos dió un paseo por la casa. Era la delicia de un anticuario, todo estaba allí, cubierto por sábanas -es cierto- pero parecía que la familia acababa de salir. Encontré un gramófono, soplé el polvo que tenía el viejo disco de pasta y le dí vuelta a la manivela... la voz de Gardel me demostró que funcionaba perfectamente y así el silencio se dispersó con una milonga.
Aún no sé como convencí a Gregory de venir hasta aquí, donde no funciona el celular, obviamente no hay red y de casualidad lograremos luz eléctrica si funciona una vieja planta que heredé con el fundo. Aunque no sé si "heredar" sea la palabra correcta, más bien mis hermanos acordaron dejarme este pedazo de tierra porque nadie más se quería ocupar de ella, tal vez pensando en que si me obstinaba accedería a venderla... y creo que mi Greg también apostaba a eso, aunque no dijera nada. El contraste con nuestra vida en Caracas no puede ser mayor, por lo que vemos parece que estamos de vuelta en 1930.
Camino lentamente los corredores, tratando de ubicar las historias que me contaron. Voy detrás de José y Greg, quienes hablan de detalles prácticos, cosas que necesitaremos para pasar la noche, en fin una plática de hombres que nada tiene que ver con mis memorias. Tengo la sensación de que encontraré a mi abuela Mila haciendo un guiso en el fogón, a Maruja trepándose al samán y Conchita abajo rogandole que baje, que las señoritas no se trepan a los árboles. La tarde avanza con pasos de morrocoy, este llano tiene una velocidad a la que no sé si me podría acostumbrar. De pronto, vuelvo a la realidad cuando Gregory me dice que iremos con José al pueblo a comprar unas cosas, no sé de donde me salió decirle: Me quedo. Me vió con cara de "estas loca mujer", y yo le aseguré que sí, que me quería quedar sola en ese caserón y no muy convencido se fué con José.
Veo el polvo levantarse mientras la camioneta avanza y finalmente se pierde en el horizonte. Me he quedado en esta divina soledad, escuchando el trinar de la sabana en sus pájaros, en el alzar del vuelo de las garzas pluma rosa. De pronto siento como gotas de agua fresca comienzan a besar mi piel, abro los brazos como quien recibe en la llovizna la bendición de sus ancestros, ya no me sentía extraña... parezco pertenecer a esta tierra, a este campo... ya no sé si todo este campo es mío o yo soy toda de él.
Al arreciar la lluvia entro corriendo a la casa, buscando donde guarecerme... el techo está bueno, son pocas las goteras que se escapan hacia dentro. Me senté sobre uno de esos muebles cubiertos de sábanas a ver caer la lluvia, escuchar a Gardel y esperar el regreso de Greg. Y en un momento, con el arcoiris, ví regresar nuestra camioneta. Salí corriendo a abrazarlo... él ya venía solo, baja de la camioneta para abrazarnos y mirandome a los ojos me pregunta: "¿Qué decidiste?"
