Puede decirse que soy una forastera de los fogones, capaz de quemar un sandwich si debo calentarlo sin el auxilio del microondas (me ha pasado, tengo testigos) y definitivamente la reina de la comida de cajita, necesitada del auxilio de cualquier implemento diseñado para hacerle la vida fácil a uno y por supuesto de supervisión cuando de cocinar se trata.
No es que tenga un ataque de humildad, simplemente la cocina no se me dá bien. Lo cual, además, es algo frustrante para un paladar gourmet como el mío. Con el tiempo he aprendido a hacer algunas cosas: un pan de jamón que requiere de la receta de Claudio Nazoa y una máquina de amasar, un asado negro que hago siguiendo paso a paso las instrucciones de Armando Scanonne como si se tratara de física nuclear y más o menos eso es todo. Un repertorio navideño que luzco una vez al año, y en el nombre de Dios.
No es que tenga un ataque de humildad, simplemente la cocina no se me dá bien. Lo cual, además, es algo frustrante para un paladar gourmet como el mío. Con el tiempo he aprendido a hacer algunas cosas: un pan de jamón que requiere de la receta de Claudio Nazoa y una máquina de amasar, un asado negro que hago siguiendo paso a paso las instrucciones de Armando Scanonne como si se tratara de física nuclear y más o menos eso es todo. Un repertorio navideño que luzco una vez al año, y en el nombre de Dios.
Esta noche, dandole una última mirada a la bandeja de entrada me topé con una invitación a un curso de cocina con Sumito Estevez (el cocinero más famoso de Venezuela, yo creo) y me dije, esta es mi oportunidad de aprender algo de cocina venezolana (entre mis debilidades cocineras, definitivamente la mayor) y prepararme para consentir a DAN con algo más que pollo de cajita y lemon pie (porque suspiro por dulces, y en repostería si que me doy con todo); quien, definitivamente será el más agradecido por el sumo milagro que a lo mejor puede ejecutar Estevez al enseñarme a cocinar...
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